Los nombres extraordinarios
Era una casa bastante con gente, un matrimonio que tuvo muchos hijo en el hogar. Mataban chanchos todos los años, dos. Y las piernas, longanizas, costillares, todo se secaba al humo. Hacían cosas buenas.
En una parte lejo había un hombre pobre, medio soldaillo, entonce él dice un día a la mujer:
-Voy a salir a andar, hija; estamos pobres, no hallamos qué comoer. - Hijo -le dice- no vaya a robar.
- No, hija; me voy a hacer el tonto para salir fuera de aquí y probar algo y traer qué comer al hogar.
Llega a la casa prefería que había muy lejo de donde él vivía, le pide permiso en la tarde, cuando llega, y le dice a la señora dueña de casa:
-Buenas tardes señora- haraposamente.
Se quedó. Mataron los chanchos. Como estaban colgaos, listos, uno de los jóvenes le dice:
-Usté conoce la carne?
-No, mi amito- le dice.
-Mire -le dice- estos son los santos -los costillares- estos otros los inquilinos de los santos y esa cosa grande, colgá, redonda que está -por las cabezas- ¿qué es? es Dios -le dice-.
Había un alverjal completamente lindo, habían bastantes ovejas. -¿y que son aquellas, amito, que se ven blancas, masticando a la orilla de esas plantas verdes? -Esas son ovejas.
-¿y eso verde? - Esos son alverjales.
Bueno, pasaron cinco días que estaba el tonto ahí, haciéndose el tonto, ahí. Habían tarros de grasa, cuatro tarros de grasa, lindos; dijo el “En el saco que traigo yo me caben los tarros de grasa y los acarreo en la noche y me los llevo”. En la tarde, cuando todos se reían del pobre hombre, porque andaba completamente haraposo, él dice así:
-Las blancas lanuas en los verdegales como que come, tasca que tasca, masca que masca, traga que traga. En la noche llego, entonces él dice “Me voy con los santos y dejo a Dios”. Y empezó con la misma y con la misma. Arrolló todo en la misma noche y todo se lelvó, no dejó nada, solamente a Dios, que era la cabeza, acarrió todo en la noche.
Encaminó, llegó a la mansión de él, un ruquito que tenía y le dice la mujer y los chiquillito:
-Ay taitita! ¡Trae tantas cosas lindah y hermosa!
-Harto que comer hijito; too me he robao, pero con habiliá -les dice- leh he dicho esto, leh he dicho esto otro; dejé solamente las cabezas, que eran Dios, pero me he traido los santos -los costillares- las longanizas aquí las traigo, traigo los tarros de grasa, toah esas cosa.
Al otro día se levantan. El hijo mayor ve que no había nada.
-Mamita -le dice- el hombre tonto se ha llevao los santos y dejó solamente a Dios.
-¿Qué es eso, Dios? -Las cabezas de los chanchos las dejó, solamente eso ha dejao; los tarros de grasa y todo se llevó. -¡Buscarle¡ Nunca lo hallaron, jamás.
Se perdió para siempre y ellos quedaron. Y la madre y el padre dijeron:
-Mal hecho la cosa que ustedeh hicieron; él se llevó los santos, que era eso lo que se le había dicho| y nada más y ustedes le decían que Dios era la cabeza: bueno, esa la dejó pu. Bien hecho que haiga sio pobre.
Lo buscaron. Jamás lo hallaron.
El se sirvió todo con su esposa y sus hijo.
Y se terminó.
(Dominga Fuentes Norambuena, nacida en Chos Malal, residente en Linares, recopilada en 1961 por Yolando Pino Saavedra, editado en “Cuentos Orales Chileno Argentinos, Editorial Universitaria, 1970)