El Niño de la Cueva de León

 

Entre viñedos verdegueantes, que poco a poco han ido reemplazando los últimos restos de una exuberante vegetación indígena, se levanta hacia la falda oriental del cerro del Gupo, el pintoresco lugar de la Cueva de León. Allí se veneró por más de medio siglo, hasta poco después de 1810, la imagen de un Niño Dios al cual se le atribuyeron numerosos milagros.

Doña Margarita Morales Tapia, nacida en Caliboro en 1840 y fallecida en 1932, nos refería hace diez años, que esta imagen había sido hallada por unas mujeres en un arenal de las costas de Chanco, posiblemente entre los años 1850 a 1855 y, un poco después, había sido vendido, por dos o tres vacas paridas, a doña Margarita Poveda, casada con don José María Rojas, ambos vecinos muy conocidos y pudientes del otro lado del rio Loncomilla.

La fama de esta imagen creció rápidamente desde que llegó a poder de la familia Rojas Poveda, quienes se esmeraban por presentarla lo mejor que se podía, a la veneración de las muchas gentes que llegaban a pagarle mandas, aun de los rincones mas alejados de la Provincia.

Quienes estaban más cerca de este Niño tan milagroso, decían que gastaba hasta tres pares de zapatos en el año, lo que equivalía a decir que la imagen salía de su sitio a visitar las viviendas de todos los que residían en el extenso llano de Caliboro.

Eran muchos los que aseguraban haberlo visto salir de mañana muy temprano y regresar a su casa con sus zapatos mojados por el rocío del amanecer. Los esposos Rojas Poveda concibieron la idea de erigirle un oratorio a su Niño, atendiendo al número tan grande de mandas que le iban a dejar a su casa y así fue como, al cabo de un tiempo, la imagen pasó desde un cuarto en que se mantenía, a un extenso edificio, monumental para esos años y para el lugar, puesto que las casa de Cueva de León eran bajas y techadas de paja.

Fallecida doña Margarita Poveda y enfermo gravemente poco mas tarde don José María Rojas, su marido, este quiso dejarle la imagen a su único hijo legítimo, don Juan Pablo Rojas; pero, será porque a este poco le atraían las prácticas religiosas, rehusó el ofrecimiento y pidió a su padre que mejor sería que se lo dejara a Carmen Rojas, hija ilegitima de don José María.

Sin embargo, a pesar del ningún interés que manifestó don Juan Pablo, por ser heredero de una imagen tan milagrosa, su padre solo acepto en parte la petición de su hijo: convino en que el Niño Dios quedara en poder de Carmen Rojas, su hija adultera, pero el verdadero dueño sería Juan Pablo Rojas Poveda, por ser el único hijo legitimo del matrimonio Rojas Poveda.

 

Don Juan Pablo Rojas se había unido en matrimonio con doña Juana Morales, hija de don José Miguel y habían tenido los siguientes hijos; Daniel, María, Florinda, Amalia, Manuel Antonio y Avelino. En 1875, al extender su testamento don Juan Pablo Rojas instituía como heredero del Niño Dios a su hijo Daniel Rojas Morales, no obstante que la imagen, como queda explicado, se encontraba en poder de Carmen Rojas.

 

Daniel Rojas Morales, tal vez por haber salido joven del lado de sus padres, por no tener apego a la imagen o quizás por otra circunstancia, no hizo nunca diligencia para recuperar el legado que le dejara su padre en 1875. Ante esta situación doña Carmen Rojas poco antes de morir entregó el Niño a su sobrino don Eleuterio Rojas y este después de mantenerlo durante muchos años en el Oratorio de la  Cueva de León, lo trajo a Linares después de 1910 y lo expuso de la adoración de los creyentes, en su casa habitación, la cual no es otra sino la misma casa en que vive actualmente don Roque Domínguez, en la Avenida Brasil N° 585.

Abandonado el oratorio de la Cueva de León, , el tiempo lo fue acabando poco a poco. En 1927, cuando tuvimos ocasión de visitar aquel lugar, ya no quedaba en pie si no algunos muros y una parte de la techumbre; todo lo demás aparecía en ruinas, incluso la casa habitación de los Rojas Poveda.

 

En 1912, año en que aun los adoradores de la imagen del Niño Dios, no sabía el lugar preciso de su ubicación, llegaron hasta Linares dos acaudalados costinos que venían a pagarle una manda. Se trataba de gente rustica, que llegaba por primera vez a la ciudad y no tenían la menor idea de la forma de la imagen. Como llegara a una de las fondas que en aquel tiempo había en la Avenida Brasil, frente a la Estación, uno de los que atendía este negocio y que pasaba por ser mas listo que el Rey que rabió, al darse cuenta de los puntos que calzaban aquellos dos costinos adinerados, improviso en el interior de una habitación un altar, coloco  otra imagen semejante, tomó de la mano a los portadores de la manda y les hizo creer  que allí estaba el mismo Niño Dios de la Cueva de León. La trama había sido tan habilidosamente urdida que los rústicos creyentes, convencidos de los que se les decía, dejaron al pie del tabernáculo en que aparecía la imagen, una suma superior a cinco mil pesos en monedas de oro y plata antigua.

 

Al morir don Eleuterio Rojas, el Niño Dios se siguió venerando en su casa, pero hecha la partición  de sus bienes, un tiempo más tarde, la imagen fue adjudicada a un hijo de aquel, don Manuel Rojas, quien la mantuvo algunos años en la casa de la Srta. Serafina Reveco, donde tuvimos oportunidad de conocerla en noviembre de 1927, época en que se seguía exponiendo a la vista de quienes quisieran conocerla.

Posteriormente hemos sabido que en 1930, don Manuel Rojas vendió la imagen a una señora del campo, en la suma de dos mil pesos, no habiendo podido averiguar hasta la fecha quien es aquella señora y cuál es el lugar preciso de su ubicación.

 

(Publicada por la Revista Linares de la Sociedad Linarense de Historia y Geografía, 1915 a 1960)