La carreta sin bueyes

 
 

Hace muchos años atrás, cuando no se conocía ni el aire acondicionado ni las estufas eléctricas, en la mayoría de las casas se utilizaba carbón para calefaccionarse en los inviernos frios y lluviosos. El carbón era producido en la precordillera, en los sectores de Los Mogotes o Los Hualles, muy distantes del centro de la ciudad y con caminos casi intransitables para los vehículos que, en esa época, no tenían tracción en las cuatro ruedas. Por esta razón se utilizaban carretas tiradas por bueyes; estas tenían ruedas de madera que por el lado externo llevaban una huincha de acero, que cuando pasaba por un piso duro o cemento, producía un sonido metálico, lastimero, como de choque de piedras y los bueyes que caminan lento, hacían que ese sonido fuera mucho más intenso.

El carretero caminaba al lado de su vehículo iluminado por un chonchón con un cabito de vela, ataviado con un poncho negro de Castilla, posesión de gran valor, ojotas de cuero y una picana de quila, muy larga, que servía para pichonear a sus animales a la voz de "teeeeesaaaaaa" apurando el tranco para llegar pronto a Linares, antes que comenzara a llover.

Eran muchas las carretas que bajaban desde la precordillera hacia la ciudad,  pero una sola la más temida.... la carreta sin bueyes. 

Según contaba un paisano de aquellas tierras, era la de don Evelio Mora, quien se había dormido sobre ella, presa seguramente del tibio vinito que le calentó los huesos y fue embestido por el camión ripiero que arreglaba el camino. Tétrica carreta que se dejaba oir durante las tormentas, cuando la lluvía parecía reventar el cielo y la noche se ponía oscura como boca de lobo, se oía pasar y cuando alguien se atrevía a mirar por las rendijas... no se veía nada,  a pesar del ruido inconfundible de sus ruedas contra el suelo.

 

Amparo Aguilar, oído contar en San Antonio de Ancoa, 1980