La Chinita

 

La china o chinita, como más comúnmente se le llamaba en los antiguos tiempos en Linares, era otra clase de sirvientes domésticos ya desaparecido, sustituido por la niña de mano y por otros títulos, según los servicios divididos que ahora presta en los domicilios de las familias acomodadas, con la gran diferencia entre unas y otras , de que estas últimas mudan de patrones como de camisa, mientras que las primeras, como las demás clases de sirvientes domésticos, convivían con los patrones, con toda la confianza mutua que dan los largos años y la intimidad en sus necesidades, alegrías y sufrimientos.

Juanita al cumplir los cuatro años, fue entregada a los patrones, como a la provincia, por sus pobres padres, cargados con ocho hijos más, difícil de mantener con lo poco que ganaban, el como peón ganan y ella como lavandera. “era el conchito”, como los pobres decían, con en el deseo de no tener más; y, como para ellos era un “dije” que querían más que a todos sus demás hijos, mucho sufrieron, pero no pudieron negarse a las exigencias de los patrones, que también estaban prendados de la chiquilla por sus inimitables cualidades con que la había dotado la naturaleza.

En efecto, a todos encantaba con sus gracias y ocurrencias, que podían calificarse como fenomenales por su poca edad y gracejo con que se desempeñaba. Rezaba con las manitos juntas, cantaba, bailaba, se empeñaba en hacer sus quehaceres que veía en los grandes… era una esperanza en aquella casa donde había cuatro hijas entre los nueve y catorce años por que la chinita para las señoritas donde servía, era tan indispensable como el mozo para los patroncitos y patrones en la casa y en el campo.

Ella se ocupaba de los quehaceres menudos de la casa; pero de preferencia de lo íntimo de las niñitas, sobre los cuales ellas no tenían reserva alguna, confiadas en su discreción; así, para sus amoríos, la chinita les prestaba importantes servicios, sirviéndoles de intermediaria con sus recados y cartitas.

 

Para encontrar la anomalía tan frecuente entre padres e hijos, como en el caso de Juanita, habría, según la ciencia y experiencia, que buscar su origen ancestral de donde venía la atávica a través de las generaciones sucesivas; y en esto estamos con las tradiciones de los antepasados que han venido confirmando esta creencia, contrataría la religiosa, de que proviene única y directamente de Dios en cada caso, porque para aceptarla tendríamos que hacer una continua y parcial intervención divina, la que más bien se amoldaría al tiempo de la creación del ser humano, que había quedado premunido a la teoría astrológica, porque hemos notado que los nacidos en un mes, día y hora, son de distinto carácter. Se comprende pues, que en Juanita se habría engendrado una muy buena célula de alguno de sus antepasados. Físicamente no era bonita, ni menos fea. Con su carita de luna llena, su cuerpo bien moldado y gordito, se diferenciaba también de las de su clase, que por lo general son toscas, rudas y de escasa comprensión.

 

También tenía verdadera verdadera hermosura en la amplia acepción de esta palabra en lo correspondiente al conjunto de sus cualidades, que la hacían muy agradable y simpática.

Le compraron una guitarra, y con facilidad aprendió tocarla y cantar, con tanta perfección y en tal modo, que a la edad de catorce años, no había en Linares quien la igualara; y en las fiestas de santos y cumpleaños, entre las familias del pueblo, nunca faltaba, porque la pedían prestada.

 

En aquellos tiempos era costumbre general principiar las fiestas con un "esquinazo" en lugar de serenata o alborada, con música y trovadores, como se usaba en algunas naciones extranjeras. Con su guitarra la chiquilla se colocaba, al amanecer, allegada a la puerta del dormitorio de la festejada o festejado, acompañada con la comparsa, que le ayudaba en los palmoteos, las vivas, costes o “voladores”, como mal los llamaban, y que, cuando no los habían, eran imitados con un cuero de oveja doblado por las cuatro puntas para el lado de la lana, el que se refregaba fuertemente en la pared o puerta, con algunos golpes en seguida. Ella cantaba con su linda y argentina voz, entre otros, como estos:

 

Despierta vidita mía,

que viene el amanecer

con el lucero del alba

que linda la quiere ver.

Que viva la señorita,

cogollito y flor de malva

que aquí llego su juanita

con el lucero del alba.

 

Desde ese momento la gente se entusiasmaba y no quedaba nadie en cama, y luego venían las sorpresas y los regalos, y el valdiviano picante acompañado con un dispensable mosto… Nada de eso ve ahora.